Mercurio Editorial

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Insulares. Cuentos al alimón

Insulares. Cuentos al alimón

Lacave, Marivel; Contreras, Constantino . [Victoriano Santana Sanjurjo (introducción y estudio analítico de la obra)]. Biblioteca Canaria de Lecturas, 6. Narrativa. 1 Edición. 2014. cartoné. 15x21 cm. 248 p. ISBN: 978-84-942934-4-3

Llegamos a Chile con una de nuestras producciones, NWC-No War Cabaret. Corría el año 2007 y actuábamos en el Teatro San Ginés de Santiago de Chile. Más tarde, la Agencia Española de Cooperación Internacional, al ver nuestro espectáculo, nos sugirió que fuésemos a la Municipalidad de San Bernardo. El caso es que, al poco de llegar, recibo un mensaje de una canaria que se disculpa por no poder asistir a nuestra representación porque se encuentra en el sur del país andino, a unos 1.200 km de donde estamos. Al mismo tiempo, nos invita a un café si paramos por Chiloé. Recibí el mensaje, lo compartí y nos olvidamos pronto de él porque teníamos que atender muchos asuntos. En esto que, por una razón u otra, acabamos en la isla de Chiloé. Una tarde, tomándonos algo en una cafetería, recordé el mensaje de la enigmática canaria y me puse en contacto con ella. Se alegró de saber que un pequeño grupo de canarios estaba muy cerca y nos dio unas indicaciones para que fuésemos a su casa. La tarde iba cayendo poco a poco, pero esto no nos preocupaba porque, según había expuesto la canaria, estaba cerca nuestro destino. Siguiendo sus instrucciones, llegamos a un lugar que paraba en el mar, Dalcahue. Tuvimos que subirnos en una especie de transbordador motorizado en el que cabían dos coches. Así alcanzamos la otra orilla. La barcaza nos dejó en un pequeño embarcadero prácticamente vacío. Volvimos a telefonear y la mujer nos dictó los siguientes pasos: que subiéramos por la única carretera que se abría ante nosotros y que, al llegar a un cartelito que decía “Iglesia”, giráramos a la izquierda. Así lo hicimos. Suponíamos que el cartelito estaría muy cerca y que sería visible, pero no había manera de encontrarlo. Cuando la inquietud empezaba a asaltarnos, apareció el diminuto letrero, que localizamos casi de milagro. Giramos y pronto nos vimos bajando por una carretera de tierra. Recuerdo que estaba encharcada y llena de barro. Los primeros avisos del anochecer ya se iban notando.
Seguimos caminando. Hacía frío. Había niebla. «¿Quién nos mandaría a meternos aquí?», nos decía nuestra conciencia. Llegamos al sitio del encuentro. Habíamos recorrido un buen trecho.
Allí no había nadie. Esperamos. Al rato, volví a telefonear a la mujer.
Me dijo que no podía subir a buscarnos con la camioneta porque había llovido mucho y el camino estaba impracticable; y que no nos preocupásemos, que su marido Tino nos iría a buscar. La noche se había echado encima. Pasa el tiempo y vemos llegar a alguien con una especie de chubasquero que le cubre todo el cuerpo.
No vemos su rostro, solo la barba. Lleva una especie de candil. Nos ve; nosotros, asustados, lo vemos. Nos hace una señal. Nos acercamos hasta donde está. «¿Son ustedes los amigos de Maribel?». Respondemos afirmativamente. Le seguimos hasta una casa.
Allí nos recibe la tal Maribel, de quien solo sabemos que es canaria.
Nos agasaja como solo sabe hacerlo quien recibe a un compatriota fuera de su tierra. Es reconfortante el lugar y el afecto que desprenden nuestros anfitriones. En un determinado momento, me detengo en su biblioteca y veo muchos libros de Maribel Lacave.
Miro a la que hasta hacía unos instantes era una canaria enigmática; ella me devuelve la mirada con una sonrisa. «¿Maribel Lacave?», pregunto. «Sí», dice ella. «¿Eres Maribel Lacave?», le vuelvo a preguntar con asombro. Ella me responde que sí y me desvivo en elogios hacia una de nuestras mejores poetisas. Llegar al fin del mundo para estar bajo el mismo techo de alguien tan especial como ella… La noche cerrada ya lo envuelve todo y nuestros anfitriones nos dicen que no es buen momento para regresar, que lo mejor será que esperemos a la llegada de la mañana. Nos parece bien la sugerencia y aceptamos la invitación. Al día siguiente, nada más salir de la casa, contemplamos el paisaje más bello que jamás habíamos visto. En medio de la naturaleza, la vida bullía: animales que jamás nos habíamos imaginado ver cerca de nosotros “cotidianeaban” indiferentes de nuestra presencia, las plantas de un mitológico Edén ofrecían su místico verdor… y el entorno se había convertido para nosotros en un hermoso trasunto del locus amoenus cantado por la literatura durante siglos. En el confín del mundo, habíamos descubierto uno de los puntos mágicos más puros de nuestro planeta. Aquella tarde en una remota cafetería de la isla de Chiloé trajo consigo tres días maravillosos en la isla de Quinchao, donde cualquier canario tiene una embajada perenne,una casa de por vida.
ÍNDICE
I. PRELIMINAR 5
II. PRÓLOGO 27
III. INSULARES (CUENTOS AL ALIMÓN)
• El último espejismo 35
• La ley de la selva 41
• Nomeolvides 43
• Tres andanzas de Willy Burns 47
• La ley de Talión 53
• Facundo, el mejor helado del mundo 55
• Coincidencia 59
• Cuestión de números 61
• La evasión de Eva 63
• Imprevisto 65
• Monólogo de Jorge Negrete 67
• La muerte de Nixon 73
• La soledad de los náufragos 75
• Entrega a domicilio 81
• El regreso 85
• El rapto de la aurora 87
• Las vueltas de la vida 95
• Contracambio 103
• El payador 105
• La leyenda del drago 109
• El sueño de Luco 115
• El remero Segundo García 117
• Felonías y esplendor de Lupercio Aguilera 125
• La epidemia 129
• La palabra sagrada 135
• Sólo dos tiros 143
• Lejos de la costa 145
• Asignatura pendiente 155
• Por el tiempo y el espacio 159
• El voto decisivo de “el Molleja” 163
• De cómo Orlando Peri llegó a convertirse en “el Molleja” 167
• La fosa 175
• Cuesta arriba, cuesta abajo 181
• El sueño 189
• Lala, mariposa azul 191
• Canarita 195
• Al vaivén de las olas 197
• Okupas 203
• La recompensa 205
• El novato 207
• Querencia y fuga 211
• Crónica de una crisálida 217
• Más allá de la curiosidad 221
• El naufragio de Tobías 227
• La rata 233


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