Mercurio Editorial

El libro, el valor de la eternidad

  


 

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Mis primeras exploraciones por las islas Canarias

Mis primeras exploraciones por las islas Canarias

David Bramwell. Botánica. 1 Edición. 2013. cartoné. 15x21 cm. 116 p. ISBN: 978-84-942023-2-2

Cuando comencé a leer con detenimiento, los artículos recopilados en este libro que tengo el placer de prologar, surgieron en mi pensamiento recuerdos y experiencias similares a las descritas por el autor de estas crónicas breves.
Para un naturalista leer un relato sobre un espacio o un paisaje conocido por un amigo naturalista, al que le preocupan las mismas cosas y que nos ofrece su crónica desde la propia percepción, es un ejercicio gratificante que permite cotejar sus observaciones con las de uno. Si además, el relato viene enriquecido con anécdotas vividas con el maestro común y con algunas otras personas conocidas por ambos, la lectura adquiere un tono de cierta añoranza por el recuerdo que nos trae el tiempo pasado y las personas que han transitado hacia ese infinito sin retorno, al que más tarde o temprano, nos encaminaremos todos.
Vivimos tiempos en que el trabajo de campo parece que pierde protagonismo. Puede quizá que sea una impresión personal, pero la compartimos muchos veteranos. Lejos están los tiempos de las grandes expediciones científicas cuyas crónicas eran piezas literarias que acompañaban a los resul-tados o a las descripciones de paisajes, nuevas especies o co-munidades. Desde mi punto de vista, constituyen la mayoría relatos históricos de nuestro pasado que sirven para el mejor conocimiento de un tiempo no afectado por el acoso de la prisa y la velocidad a la que nos vemos sometidos por el uso o abuso de las nuevas tecnologías.
Manuscritoso ediciones cortas de estas expediciones o simples textos de viajes personales, yacen en bibliotecas selectas o pertenecen a bibliófilos que las guardan como tesoros de incalculable valor.Afortunadamente, se ha produ-cido un número creciente de excelentes traducciones de mu-chas de estas obras escritas en lengua inglesa, alemana o francesa, que están a nuestro alcance. En menor medida se disponen de los trabajos escritos, entre otras, en lenguas escandinavas que sólo están al alcance de aquellos lectores que las dominen. Debo reconocer también que la importante labor de digitalización de muchas de estas obras raras o ago-tadas permite una consulta eficaz, en un tiempo increí-blemente corto, que facilita la consulta de forma rápida. No obstante el hojear y oler el aroma a viejo de un antiguo ejem-plar o un raro manuscrito sigue siendo, para mí, un placer de bibliófilos.
De la lectura de las 34 crónicas que componen este libro se puede deducir que elestudiante, en aquel tiempo,de Biología-Botánica, David Bramwell a la edad de 22 añosarribó por primera vez a Canarias en el verano de 1964. Formaba parte de una expedición científica de la Universidad de Liverpool que tenía como objetivo explorar durante un mes y medio las islas de La Gomera y El Hierro.
Según he podido deducir por la cronología señalada en los escritos, nada más llegar a Santa Cruz de Tenerife hizo la visita habitual de cortesía al cónsul de S.M. La Reina de Inglaterra, Mr. Eric Fox, gran amigo de mi familia y padre de Nelly una de mis amigas de infancia. El Sr. Fox le recomendó la ascen-sión al Pico de Teide que realizó en compañía de Johnny Lucas y Charley Hamilton. Con verdadero entusiasmo relata sus impresiones ante las fantásticas vistas panorámicas que se observan desde el estratovolcán. A pesar de lo tardío aún pudo observar en flor la famosa Violeta del Pico, endemismo tinerfeño que por aquel entonces era la planta vascular que crecía a mayor altura en España.
De Tenerife a La Gomera viajó David a bordo de uno de los “Santa” donde permaneció un mes y medio. Allí recorrió la isla con su saco de dormir a cuestas y de aquel tiempo son las crónicas tituladas Bosque del Cedro, Dego-llada Peraza a Jerduñe/ Los perros locos y los ingleses, Valle Gran Rey/La Mérica, curioso nombre ¿no? “una isla donde no existía ni la prisa ni el estrés”.Acampado en los Chorros de Epina se dedicó durante varias semanas a explorar el Monteverde de la Gomera, que por aquel entonces, no estaría tan exuberante como lo estuvo hasta que se produjo el terrible incendio del verano de 2012.
La anécdota del altímetro de Keith Winterhalder es fantás-tica. Aprovecho estas líneas para agradecer a mi buen amigo David el detalle de haberme dedicado una “col de risco” endémica de la isla de La Gomera, que descubrió en 1969 en una posterior visita a la isla.
Siguiendo lo cronología de las crónicas llegamos al año de 1965 donde en compañía del botánico holandés residente en los Estados Unidos, Kornelius Lems, hizo excursiones en su compañía a la Fortaleza en las Cañadas del Teide para buscar el “amagante del Teide”. Así mismo, en agosto de 1965 visita-ron el Barranco del Infierno y en ese mismo mes viajaron a La Palma donde permanecieron unos días. Durante su excursión al Cubo de La Galga tuvieron que pernoctar a la intemperie lo cual supuso una aventura llena de experiencias. El bosque de los Tilos y el Canal, así como la visita al Time y la excursión a la Caldera de Taburiente fueron las metas elegidas de tan corta visita.
Kornelius Lems (1931-1968) fue un botánico holandés residenciado en USA autor de importantes trabajos sobre la Flora y Vegetación de Canarias. Visitó las islas en 1954-56 y posteriormente en 1965-66 disfrutó de una beca que le permi-tió proseguir sus estudios florísticos y ecológicos en las islas. Vivió durante este tiempo en La Orotava junto a su esposa y sus seis hijas. Falleció como consecuencia de un accidente automovilístico en 1968 en USA a los 36 años de edad.
Hay otra crónica cuya fecha es de agosto de 1965 en Gran Canaria, donde David hizo una excursión rápida al Oasis de Maspalomas en Gran Canaria. Pudo disfrutar en aquella ocasión de un auténtico oasis macaronésico actualmente degradado. De ahí partió hacia La Gomera.
La etapa más fructífera de David de estos primeros años es la comprendida durante diez meses entre septiembre de 1968 y junio de 1969. El motivo fue realizar el trabajo de campo de su tesis doctoral, gracias a la beca otorgada por el British Council y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España,por recomendación del Catedrático de Botánica de la Universidad de Sevilla, Prof. Dr. Emilio Fernández Galiano. En compañía de su primera esposa Zoë se alojó en el pueblo, del norte de la isla de Tenerife, San Juan de la Rambla. Recién instalado comienza sus exploraciones por los alrededores del pueblo concretamente al Barranco de Ruiz. Es el inicio de la intensa campaña de excursiones en compañía de Eric Ragnar Sventenius quien sería, no solo su asesor, sino su maestro y amigo, como puede desprenderse de la lectura de los escritos a lo largo de estos meses de su estancia en Canarias. La serie de estas crónicasvan desde marzo de 1969 con las dedicadas a la expedición a la isla de Gran Canaria con la recomendación de Sventenius. En ellas se relatan condetalle las visitas al Barranco de la Mina, La Caldera de Bandama, la excursión por las cumbres delsur de la Isla, el pinar de Tamadaba, la primera visita en Tafira a Günther Kunkel y su esposa Mary-Anne pero sobre todo, destacan sus primeras impresiones sobre el Jardín Botánico Viera y Clavijo en el barranco de Guinigüada y el conocimiento, entre otros, del jardinero mayor José Alonso, así como a Jaime O’Shanahan y Fernando Navarro Valle, los grandes artífices no solo del jardín sino los responsables de la inestimable ayuda dada en todo momento a Sventenius en sus anhelos y desvelos por la consolidación de aquella utopía inicial del maestro convertida, con el tiempo, en la espléndida realidad que es el Jardín Canario.
Describe David que la primavera de 1969,después de un invierno lluvioso, fue una estación con una floración esplén-dida. Por esas fechas visita en compañía del maestro el bosque de Agua García. Sventenius lo acompaña a pesar de su recha-zo inicial a visitar el lugar castigado por fuertes talas realizadas en el monte y la sustitución de las especies nobles del Monte Verde por densas plantaciones de Pinus radiata. Aquel tiempo fue uno de los más dolorosos para el monte canario. Matarrasas intensas y plantaciones erróneas del mencionado pino contribuyeron a extender y propiciar uno de los desastres ecológicos más lamentables que aún perdura en la isla.
En ese mes, además, se realizó en un fin de semana y en compañía de Sventenius la visita a los incomparables lugares de la Ladera de Güímar y la cabecera del Barranco del Río. En esa crónica se comenta la pérdida de las gafas del botánico sueco y su infructuosa búsqueda.
Llegamos a abril, quizá el mes más intenso de trabajo. Durante dos semanas David y Sventenius visitaronlas islas orientales, en especial Fuerteventura. Una crónica dedicada a la isla de La Graciosa sin fecha me he tomado la libertad de incluirla en este grupo. El macizo de Famara, en Lanzarote, fue un objetivo importante en esta isla pero fue Fuerteventura la que se llevó la “palma de la mano” en este viaje. Las reflexiones sobre la belleza de la aridez de los paisajes majoreros, las descripciones sobre su flora y vegetación relíctica, constituyen glosas elocuentes de la impresión causada por los lugares espectaculares de la isla más antigua del archipiélago. Tiscamanita, Betancuria, Río Palmas, Ajuy, Pájara, Barranco de la Peña, la ascensión por la cara norte desde Cofete al Pico de la Zarza y “la lección de filosofía de Sventenius” en la Montaña Cardón son algunos de los muchos episodios de un viaje inolvidable.
En Tenerife ambos botánicos hicieron además, en este mes, la clásica bajada de Taganana desde la cumbre, atravesando uno de los fragmentos del Monte Verde de Anaga, el más visitado e internacionalmente mejor conocido. El 24 de abril, en compañía de su amigo José Luis Vega Mora realiza otra de las excusiones clásicas: la bajada del Barranco de Masca. En ese mismo mes escribe la crónica de su excursión de tarde desde San Juan del Reparo a Garachico.
Finalizan las crónicas tinerfeñas con el relato de una excusión a Mesa del Mar junto a Carlos González, por aquellas fechas jardinero mayor del Jardín de Aclimatación de la Orotava.
Estas crónicas de sus dos primeras estancias en Canarias son sólo unos apuntes detallados, todasellas con un denominador común, la mención de las especies endémicas de cada localidad visitada. La compañía de Sventenius en muchas excursiones, las lecciones y anécdotas con el maestro y sus encuentros con personas que le brindaron su amistad.
A mí me consta que, además, durante los nueve meses pasados en Tenerife, Zoë y David recorrieron la isla visitando y recolectando plantas por todos los lugares de interés botánico de la isla. Tres centurias de pliegos de estas recolecciones reposan en el herbario TFC de la Universidad de La Laguna como testimonio de lo comentado.
Para finalizar esta breve recensión del libro, dos crónicas se dedican a una excursión realizada a la isla de El Hierro en abril de 1970 en compañía de Sventenius y Buenaventura Bravo, el amigo íntimo de éste en la isla de La Gomera, hermano del insigne geólogo, Profesor D.Telesforo Bravo Expósito.
Una tarde del verano de 1974, creo que fue a finales del mes de agosto, tuvo lugar una reunión en el Jardín Canario presidida por D. Lorenzo Olarte Cullen, presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria. Fui invitado a participar en la misma que tuvo como objeto la urgente necesidad de cubrir la vacante de director del Jardín producida por la trágica pérdida de su titular D. Enrique Sventenius el día 23 de junio de 1973. Tras un largo debate en el que se barajaron algunos nombres, como posibles candidatos al puesto de director, se decidió por unanimidad proponer al Dr. David Bramwell, quien reunía por su trayectoria las condiciones óptimas para cubrir dicho cargo y que además venía recomendado por su maestro el profesor de la Universidad de Reading Dr. Vernon Heywood.
No recuerdo la fecha de su toma de posesión, pero tuvo que ser ese mismo año, pues en una de sus primeras crónicas nos cuenta una excursión en 1974, recién nombrado director, al pinar de Tamadaba en compañía del jardinero mayor José Alonso (Pepito Alonso) y sus primeros colaboradores Julia Pérez de Paz, que ya había sido admitida como bióloga becaria del Jardín, en vida de Sventenius y el profesor de instituto José Ortega. Dos crónicas más de su primera etapa como Director del Jardín fueron las excursiones al Montañón de Tauro, en compañía de José Alonso y mi querido amigo el biólogo Tano Navarro, donde años más tarde fue descubierto el drago endémico de Gran Canaria, descrito por el botánico del Jardín, Águedo Marrero y su colaborador Rafael Almeida, como Dracaena tamaranae. Por indicación de José Alonso se denominó “salto del laurel” aun punto del lugar debido a la presencia de un único ejemplar de esta especie en aquellos acantilados meridionales de la isla. La excursión al paraíso de la flora canaria en el Rincón de Tenteniguada, en compañía de José Alonso es la tercera crónica de sus primeros tiempos como Director del Jardín.
Hay una fecha en 1978, incluida en las crónicas de Lanzarote, donde hace una curiosa referencia a la excursión con Zoë desde Haría al Malpaís de la Corona en busca del cardón desaparecido. Con esta fecha finaliza este recorrido cronológico por las crónicas de un tiempo de la vida de David Bramwell.
Este libro que acabo de prologar, estimado lector, es hasta cierto punto un pequeño homenaje a David Bramwell que llega poco tiempo después de iniciar su nueva andadura como jubilado. La palabra jubilación viene de júbilo, alegría que se siente cuando se llega a esta nueva etapa de la vida lleno de plenitud, con la sensación de haber hecho algo útil para la sociedad, con renovada energía y una elevada dosis de expe-riencia. Atrás quedan todo tipo de vivencias buenas, algunas no tan buenas, pero en el fondo queda la satisfacción de haber cumplido con la tarea encomendada. Ahora viene un tiempo de reflexión, de descanso junto a Yolanda y de no tener prisa.
Quizá valga la pena continuar escribiendo, amigo David, como contribución al mejor conocimiento de tu prolongada etapa como Director del Jardín Canario Vieja y Clavijo.


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