Mercurio Editorial

El libro, el valor de la eternidad

  


 

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El discurso del cuerdo

El discurso del cuerdo y otros escritos del manicomio

Luis Arencibia Betancort. Cuentos. 1 Edición. 2014. cartoné. 15x21 cm. 142 p. ISBN: 978-84-942584-3-5

Ha querido Luis Arencibia que escribiera mis impresiones de lectura en esta parte inicial de su libro. Y yo me atrevo a dar cumplimiento a su invitación a sabiendas de que, después del acertado y sintético prólogo de Luis Alberto de Cuenca, mis aportaciones no ofrecen una luz novedosa. Sin embargo, no quiero ocultar el honor que supone para mí estar compartiendo estas páginas con dos autores de reconocida significación en el panorama creativo —en las respectivas vertientes literaria y plástica— de nuestro ámbito cultural.
El hecho de abrir las páginas de este libro nos posibilita entrar en una nueva aventura de la imaginación, de creatividad, de propuestas existenciales, de distorsiones humanas. En definitiva, nos permite transitar por otro plano de la realidad que nos pone delante de nosotros su autor.
He dicho en «otro plano de la realidad». Y es cierto, porque la literatura en sus diversos géneros implica caminar por otra dimensión ya que tiene una cartografía específica, con formas y propuestas que se distancian de lo real acontecido y de lo inmediato. Toda obra literaria es creada desde la exclusiva visión individual de su autor, en un acto solipsista, y donde la responsabilidad se halla limitada al hábil manejo de la palabra que se convierte en productora de un mundo nuevo, de una realidad distinta, de una obra de arte, que es, en definitiva lo que van a compartir los posibles lectores.
Soy consciente, y lo he vuelto a meditar una vez más cuando me disponía a escribir estas notas, que las obras de arte, tanto la plástica como la literaria y la musical, están siendo sometidas a una amplia información «culturalista» que en gran medida condicionan y ahogan el espontáneo encuentro y la directa interpretación del lector/espectador con la misma. En consecuencia, no quiero abrumar con nada distinto a lo que a cada uno de nosotros nos pueda deparar la espontánea lectura de estos textos, desde la amistad y la sensibilidad que mantenemos con Luis y la literatura.
De la biografía de Luis y las características de su personalidad creadora podemos retomar el precioso y preciso libro del profesor, escritor y crítico Jonathan Allen Sueños barrocos. La obra artística de Luis Arencibia Betancort (1976 -2006), publicado hace ocho años.
En la presente edición de El discurso del cuerdo y otros escritos del manicomio, se recogen 41 relatos que aumenta en trece los que hace tres años ya editó Anroart Ediciones en 2010 y que se implementan con dos textos testimoniales, que, en forma de crónica y como si se trataran del Alfa y el Omega clásicos, abren y cierran respectivamente esta colectánea.
En el primero, “Escritos del manicomio de Leganés”, Arencibia detalla, a modo de dietario, sus diversas visitas al manicomio de Santa Isabel y sus encuentros con un buen número de los locos allí recluidos con el fin de ser retratados, o mejor dibujados, con su acertada plumilla. En estas visitas, aparte del testimonio gráfico, el autor se impregna de las diversas vertientes que ofrecen los internos y recoge por escrito los gestos, las confesiones y la palabra abierta que le brindan de manera espontánea estos singulares personajes. El resultado es un friso vivo de la conducta humana que aflora al margen del discurso que habitualmente consideramos racional, pero que da cuenta con estilo expresionista del mundo surreal y neurótico que bulle en la mente de estos seres marginales. Como dato complementario, y siendo Luis Arencibia un autor nacido en Gran Canaria, hemos de apuntar que el propio Galdós dedica varias páginas de su novela naturalista La desheredada (1881) a Leganés, cuyo manicomio visita, al parecer en varias ocasiones, con el fin de documentarse y conocer rasgos y fisonomías de los internos. Sus observaciones las refleja tanto en la figura de los personajes como en la detallada descripción de esta institución hospitalaria y que menciona como “tumba lastimosa de seres”.
“Panero” es el texto que cierra el libro, y al igual que en el inicial, Luis Arencibia evoca sus encuentros con el poeta Leopoldo María Panero a quien conoció en 1981. En la biografía de Arencibia existe un estrecho vínculo cultural y existencial con Leganés donde existe un hospital Psiquiátrico en el que desarrolló una comprometida labor social. El manicomio, sin embargo, se convirtió en una fuente de experiencia humana y artística, y fue allí donde surgió la relación del artista isleño con el poeta Leopoldo María Panero, devenida luego en una suerte de amistad y de mutua admiración que, con el paso del tiempo, propició, entre múltiples avatares, que el poeta sintiera el deseo de su afincamiento en la Isla de Gran Canaria. Y fue en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, donde Panero pasó el último tramo de su vivir/morir, llegando a ser un fenómeno sociológico, convertido muchas veces en figura yacente en un banco de los que conforman el mobiliario de la calle Mayor de Triana. Un poeta vivo que habitó esta urbe isleña, en la que muchos transeúntes e incluso ilustres paisanos no llegaron a conocer ni comprender la trascendencia de su obra. Ahora, tras su fallecimiento, paradójicamente las instituciones públicas se han volcado en la organización de ceremonias en su memoria y en el rescate de sus textos. Tal vez han descubierto que la literatura es rentable cuando los autores considerados marginales ya no suponen una molestia.
Este testimonio textual que cierra el libro cobra especial relevancia por haber sido elaborado por Arencibia en fechas inmediatas al fallecimiento del escritor en el Hospital Dr. Negrín de Las Palmas de Gran Canaria. Las múltiples experiencias vividas por la pareja Panero/Arencibia constituyen un documento fidedigno que implementa con certeza cualquier biografía que sobre el poeta maldito se aborde a partir de ahora. Sus encuentros en los manicomios de Leganés y Mondragón crearon un vínculo que se tradujo en confesiones de diverso tipo, desde la confirmación del sentimiento paranoico hasta sus filias y sus fobias literarias, así como algunas pinceladas sobre la animadversión que rodeó a la figura de Panero en el entorno socio urbano donde desarrolló su vida.
El discurso del cuerdo y otros escritos del manicomio es un nuevo libro, conformado con una significativa aportación de textos e ilustraciones, que mantiene el Prólogo que para la edición de 2010 escribió el reconocido poeta madrileño Luis Alberto de Cuenca. Luis Arencibia lo vuelve a poner en nuestras manos para seguir inquietándonos con su prosa de «humor descarnado» y con su «estilo ácido y macabro», tal y como lo percibe el ya clásico escritor de novela negra Alexis Ravelo. Son textos de diferentes momentos de creación que Arencibia rescata y alinea en esta publicación.
La prosa de Luis es inquietante porque pone de manifiesto la existencia de otro mundo, de otra realidad. Y si me lo permiten, al tratarse cada uno de ellos de una obra absoluta y completa en sí misma, podemos decir que son 40 nuevas realidades, cada una con su tema, con sus protagonistas, con sus escenarios, aunque comparten una factura común en su estructura y sentido. Quiero decir que están aquí recogidos no de manera aleatoria, sino que obedecen a una voluntad de conjunto.
Este libro ya ha sido objeto de su consideración en los ámbitos de la comunidad científica ya que su contenido fue abordado en el Congreso “El cuento en la década de los noventa”, por Antonio Domínguez Leiva en la comunicación “La violencia y lo macabro en la joven cuentística de los noventa”, cuyas ponencias fueron publicadas por Visor Libros en 2001. Dice Leiva, cuya cita no me resisto a transcribir:
«Luis Arencibia, siguiendo al singular Roland Topor, ejemplifica mejor la relación entre lo fantástico y lo macabro en los noventa. Todos los cuentos de su libro El discurso del cuerdo (1992) ofrecen una combinación entre lo absurdo y lo macabro, lo kafkiano y lo sangriento».

Este es un libro raro y distinto. Y digo «raro» por no ser frecuente encontrar en unas mismas páginas la doble vertiente del creador. En tal sentido, el autor nos hace partícipes de la doble condición de ser «hombre de pluma» y «hombre de lápiz y de manos modeladoras»; o más sencillamente: escribe, dibuja, esculpe y que, en conjunto, constituyen las múltiples y ricas facetas que hallamos en su quehacer artístico. En este caso concreto, escritura y dibujo son creaciones complementarias. Son dos expresiones de un mundo sensible y sugerente que bulle en el interior de Luis Arencibia y que nos lo ofrece, a nosotros, espectadores y lectores, en un elaborado esquematismo que hacen del producto una indiscutible obra de arte. El dibujo, aunque lo parezca a primera vista, no es ilustración del texto. Cada uno, texto y dibujo, por ser dos lenguajes diferentes, son autónomos pero complementarios en la temática e incluso en su elaboración formal.
Un acercamiento a la obra en sí lo podríamos hacer, sin agotar todas las posibilidades, a través de diversos caminos que devienen en ser claves de lectura. Uno de ellos podría ser la distorsión argumental. Observamos que tanto los textos como los dibujos nos ofrecen dos planos constructivos. Los textos son breves, «casi microrrelatos», según el prologuista Luis Alberto de Cuenca, y que a nuestro parecer, en este mundo de competitividad mediática han adquirido prestigio en el género literario a raíz de que Augusto Monterroso escribiera El dinosaurio. El propio Luis Arencibia recoge en esta colectánea un microrrelato que supera en brevedad, y me atrevo a decir que en intensidad, al de Monterroso. Dice así: «Asomó la cabeza y se la cortaron». Eso es todo. ¡Cuánta sugerencia en siete palabras! Una obra completa. Sí, como el Quijote, o cualquier soneto. Con principio y fin. ¿No está recogida en ese relato la brevedad de la vida? ¿El tempus fugit del hombre barroco? ¿La envidia u otros vicios pasionales?
Con el fin de observar tres aspectos de estructuración de estos cuentos como son brevedad, dualidad constructiva y «distorsión argumental», podemos fijarnos en el titulado “La familia ideal”. En cuanto a su estructura formal, el relato tiene una extensión de 21 líneas, y está constituido por dos párrafos simétricos: el primero de 10 líneas, y el segundo de once. Ello está en paralelo con la estructura de su contenido: mientras en la primera parte se nos presentan los personajes, los cuatro componentes de su familia, de una manera muy ortodoxa y lineal, a partir del punto de inflexión con que se inicia la segunda parte (la muerte del «páter familias», una anécdota que mantiene el interés de la lectura), comienzan a aparecer los mismos protagonistas ya convertidos en símbolos del desmoronamiento familiar. El texto, pues, es una alegoría de la soledad, del vacío, de la apariencia social que se expresa en el escenario público del bar, y la sórdida realidad del cotidiano mundo interior. Y ello se expresa, como se hace en los sonetos bien construidos y bien medidos, mediante un eficaz manejo del lenguaje, con un ajustado uso de la adjetivación y un ritmo sorprendente que es lo que hace de estos relatos, de cada uno de ellos, una obra de arte.
Prueben ustedes, si así lo desean como lectores atentos, a descubrir en cada uno de los textos estos rasgos formales que aquí les apunto para que confirmen que lo que estamos observando no es un enunciado en el vacío y que con seguridad les puede inducir a encontrar nuevos simbolismos.
Luis Arencibia ha creado un imaginario propio, de figuras, personajes y situaciones existenciales que, ancladas en la realidad, se desmoronan en su devenir, en su propia biografía interna. Ello crea el rompimiento de los moldes establecidos, situaciones caricaturescas que ofrecen una estética sistemáticamente deformada y que está en la tradición de la literatura española con las sátiras de Quevedo a la cabeza, y muy posteriormente con los «esperpentos» de Valle-Inclán, en los que lo grotesco adquiere su mejor forma de expresión y la muerte está presente como un personaje más en el ambiente de la caricatura social y de la bohemia literaria.
En este sentido, la deformación de la realidad que en este caso aborda Luis Arencibia con seguridad y maestría, bien podría ser divertida, como de hecho lo eran para los transeúntes que en tiempos de Valle-Inclán se veían reflejados en los espejos cóncavos y convexos del madrileño «Callejón del Gato». Pero en verdad, tanto para uno como para otro autor, todo ello es algo más: es un espejo social, una crítica al poder establecido, sea civil, sea una institución doméstica como la familia, o eclesiástica, a las que Arencibia recurre en varias ocasiones en esta obra como en “San Juan bicéfalo”, “El Predicador”, “El órgano” o “El Obispo”.
Ni que decir tiene que todo ello genera un humor sutil y punzante, una risa que a la vez que aflora, pronto desaparece de la comisura de nuestros labios. Un discurso ácido en su conjunto, vinculado —si me apuran— a la crítica popular que hacían los juglares que iban de pueblo en pueblo contando las hazañas y a la vez las desventuras del poder y de la monarquía. Tal vez todo ello está en la línea de la compañía catalana Els Joglars que tiene el objetivo de hacer crítica social mediante la ironía y la fabulación, poniendo el dedo en la llaga de todas aquellas cuestiones incómodas para el poder establecido.
Pero esto no lo hace cualquier escritor. Para atreverse a romper lo socialmente instituido hay que conocer sus fundamentos. Y nuestro autor los conoce en tanto ha sido estudioso de la Teología, es Licenciado en Filosofía pura, ha sido militante activo e ideológico de un partido político de la izquierda radical en los años de la Transición política. Y en el ámbito de la creación plástica provienen de una tradición familiar en la que su padre, después de haber vivido la dura experiencia de la guerra civil/incivil en el bando republicano, sobrevivió a la marginación que sufrió por parte de los poderes locales y de los popes artísticos, volcándose en la pintura de murales en diversas iglesias de las islas.
Luis Arencibia expresa en los dibujos que aparecen en esta obra una dualidad simbólica que, en consonancia con los textos, no es una ilustración ingenua: el hombre enfrentado a la muerte y el desmoronamiento de la ideología dominante. Ello se manifiesta en Individuos retratados como payasos o esqueletos, en la sensualidad erótica en convivencia con perfiles sacrosantos, o el dibujo adusto que mira a la calavera. El autor, desde una realidad inmediata, dibuja locos porque en Leganés era vecino de ellos y quedó impresionado con sus rostros marcados por el dolor. Primero los retrató a lápiz, luego hizo grabados al aguafuerte y alguna litografía, y, por último, en tiempo reciente los ha modelado en arcilla y escayola, habiendo fundido en bronce algunas de estas obras.
La imagen del loco siempre ha ejercido en Arencibia una atracción poderosa sobre su inquietud creadora de tal manera que muchas veces ha intentado liberarse de ella y recurrir a rostros más amables, pero ―según confiesa el autor ―, le resulta difícil: «Por muy bella que modele su cara, siempre asoma un gesto dramático. Es como si sobre esos personajes flotara la amenaza de la locura; primero fueron los dementes del Manicomio de Leganés, y luego gente marginal». De hecho hizo una exposición en Madrid que se tituló «Marginales», pero en todos asomaba la locura. Aunque en la actualidad su deriva creadora trata de expresar la belleza, con algo de dulzura, sin la sombra de la crueldad o la amargura; con ello pretende conseguir al menos un conjunto de caras menos inquietantes.
Este es, pues, un libro en el que conviven la dualidad temática a través de la palabra y del dibujo. Y ello es lo que hace su lectura atractiva y sugerente, abierta a los planteamientos que se pueda hacer cualquiera que se acerque a sus páginas, porque los dardos de su arte vienen cargados de sutilezas expresivas para no dejarnos indiferentes.


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