Mercurio Editorial

El libro, el valor de la eternidad

  


 

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De la isla a la colina

De la isla a la colina. Canarios en la Residencia de Estudiantes

Javier Durán. Historia. 1 Edición. 2014. cartoné. 15x21 cm. 94 p. ISBN: 978-84-942584-2-8

En 2010 la Residencia de Estudiantes de Madrid celebra los cien años de su nacimiento y está inmersa en un amplio programa de divulgación de su historia, enmarcada en los propósitos renovadores que había heredado de la Institución Libre de la Enseñanza y de la Junta de Ampliación de Estudios, dos instrumentos claves para el ambicioso objetivo de instrucción pública abordado por la Segunda República bajo el paraguas de un pensamiento modernizador y europeísta. La ocasión para acercarse desde el periodismo a la efeméride de este territorio mítico que hasta 1936 insufló de excelencia a la formación edu-cativa y humana de los hijos de las clases dirigentes y profesionales, en su gran mayoría, fue el estreno en el teatro María Guerrero de la obra La colmena científica o el café Negrín, dirigida por el dramaturgo Ernesto Caballero. La pieza se adentra en el ambiente del Laboratorio de Fisiología que dirigía el científico canario en la Residencia de Estudiantes, siendo parte esencial del mismo la bebida preparada por el doctor José Domingo Hernández Guerra, otro isleño, mano derecha del que sería el último presidente del Gobierno republicano (1937-1945).
El reconfortante café procede de las plantaciones de Agaete y tiene un poder extraordinario: logra sentar en torno a él a visitantes tan ilustres como Madame Curie o Le Corbusier, o establecer conexiones fantásticas entre el pensador Miguel de Unamuno y alumnos como Grande Covián o Severo Ochoa. La tertulia, en la que también participa alguna vez Federico García Lorca, representa en cierta manera el estado de excitación cultural y científica que empieza a cuajar entre una nueva hornada de jóvenes dispuestos a triunfar en las letras, las artes y las ciencias, y que recoge el fruto de las ventajas de un aperturismo logrado con becas en el extranjero. Una efervescencia, por otra parte, resultado del empeño por superar los lastres endémicos de España a través de un debate de ideas que alcanzó su palestra más acusada con la llamada Generación del 14 y su pensador José Ortega y Gasset, y de la que se celebra a lo largo de este año su centenario. Los personajes de este libro van a estar inmersos en este contexto dedicado a revertir una coyuntura histórica, ya sea por la experiencia vital de sus años en la Residencia, o bien por la significación de los catedráticos que les van a acompañar en su formación universitaria.
En el trabajo de adentrarnos en aquel elenco de aspiraciones, José García Velasco, director cuatro años atrás de los pabellones de los Altos del Hipódromo, en la Colina de los Chopos, advierte de inmediato al periodista que la presencia de canarios en la institución donde vivieron el artista Salvador Dalí y el cineasta Luis Buñuel constituye por sí sola un fenómeno digno de estudio. Y remata su indicación con el envió de una lista que incluye a una veintena de nombres de residenciados, número que daba a los isleños una representatividad más que apreciable frente a estudiantes de otras partes de España. ¿Quiénes eran estos jóvenes cuyos padres habían elegido la Residencia de Estudiantes? ¿Por qué se habían decantado sus progenitores por un modelo de convivencia que tenía su raíz en las ideas renovadoras del krausismo de la Institución Libre de Enseñanza? ¿Qué información tenían desde unas Islas sobre lo que allí se ofrecía para sus descendientes? ¿Cómo marcó la estancia sus respectivas vidas y profesiones? Así, espoleado por tales interrogantes, nace una serie de perfiles o retratos de unas vidas donde el deseo por el saber será aplastado por las armas.
Fue un ejercicio de memoria histórica. Hermanos, hijos y viudas buscaron entre los archivos familiares documentos y fotografías para recomponer las piezas. Algunos lo hicieron sin dificultad porque la estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid había sido una secuencia biográfica mantenida en el tiempo, sostenida frente al embate del olvido. Otros, en cambio, desconocían los hechos y descubrían junto al periodista una faceta que se había evaporado, que los propios protagonistas habían sellado bajo la losa de silencio, quizás o con seguridad debido al miedo o a la necesidad de no hacer un alarde equivocado frente a una dictadura que había llevado hasta el exilio en Latinoamérica o Estados Unidos a los tutores de la época de la Colina de los Chopos. También pude saber por las entrevistas que ciertos residenciados canarios no renunciaron, pese al largo franquismo, a encuentros entre ellos donde repasaban sus trayectorias, o a la discreta celebración por el retorno a España de uno de los que había sufrido destierro. De una manera o de otra, lo cierto es que las reuniones de trabajo con las familias fueron un acicate para ahondar más en aquellos alumnos, a veces con aportaciones en posesión de los descendientes o por otras recopiladas por el periodista. No siempre pudo ser así: igual que la lista se ha enriquecido con residentes que aparecían gracias al testimonio obtenido por otros, también hay que resaltar que en algunos casos no se pudo traspasar la barrera del anonimato y contactar con fuentes para desarrollar una información satisfactoria. La publicación ahora de este libro con la lista facilitada por la Residencia de Estudiantes quizás contribuya a que cualquier día podamos acceder a sus historias.
‘De la Isla a la Colina’ no es un libro de Historia, sino un trabajo periodístico que aporta datos, que expone a los historiadores una realidad basada en la conexión de Canarias con el centro de la Junta de Ampliación de Estudios. Entre las valoraciones a destacar con respecto al entrecruzamiento, referirnos al papel de Juan Negrín y de su colaborador José Domingo Hernández Guerra a la hora de atender las peticiones de plaza de sus paisanos e influir para que las mismas se viesen correspondidas, como así se desprende de algunos de los testimonios. Una segunda observación, adelantada ya, es el impacto de la Guerra Civil, que contribuye a que gran parte de la vida de los antiguos residenciados transcurra bajo la disciplina militar, y en especial en los servicios sanitarios. De esta dedicación, desgajar la repercusión que sus vocaciones tuvieron en una posguerra en Gran Canaria necesitada de médicos especialistas para afrontar todo lo imaginable debido al hambre. Tampoco fueron ajenos a la preocupación por la educación, a la que impregnaron de los principios heredados de la pedagogía de Francisco Giner de los Ríos. Amaban el arte, la música, la ópera, el mar, la montaña, la fotografía, el deporte, la lectura… Todo ello, en mayor o menor medida, está en sus vidas.
Dada la urgencia del periodismo, la oportunidad por mi parte de una lectura serena y sosegada de la serie no ha sido posible hasta ahora, nada menos que cuatro años después, y con motivo de su conversión en libro gracias al empeño del editor Jorge Liria, al que agradezco su voluntad férrea para sacar adelante esta publicación pese a las dificultades que entraña hoy acometer cualquier iniciativa cultural. Mi vuelta, pues, a los residenciados ha sido para reforzar una impresión que imperó en 2010: la ironía de recibir una educación liberal que, de manera irremediable, se iba a ver abocada a convivir con la muerte entre compatriotas y con una autoridad que repudiaba la enseñanza que habían recibido. ‘De la lsla a la Colina’ transpira el cataclismo que supuso todo ello para sus biografías.


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